viernes, 29 de diciembre de 2006

Desapariciones

Apareció Luis Gerez.
Estas líneas fueron escritas apenas corrió la noticia de su secuestro. Sufrieron una espera y algún retoque cuando supimos que el presidente hablaría en cadena nacional. Y, finalmente, soportaron este agregado aclaratorio. Lo demás quedó tal cual, porque nos parece que lo que allí intentamos marcar merece ser pensado, pese a la distensión que genera saber que Gerez está vivo. Es momento de no olvidar a López y de analizar qué podría haber sucedido si la reacción hubiese sido tan contundente en su caso.

Estaba por almorzar cuando escuché en la radio la mala nueva. Sentí un par de sensaciones mezcladas. En principio me recorrió un frío poco original. Apenas recuperé la temperatura pensé que cuando lo encuentren a López (por favor, pensemos que sí), le van a tener que pedir perdón por varias razones: por las sospechas que largaron rápidamente sobre la víctima, a modo de especulación política; y por haber dejado que el tema decayera hasta ahora, que renace ante otra ausencia. El gobierno, si no me traiciona la memoria, convocó a una sola marcha por López. Las demás fueron promovidas por los partidos de izquierda y los organismos de derechos humanos que no están jugados con el gobierno nacional. Podrá decirse que no fueron porque allí son duros con ellos, pero tampoco promovieron otras movilizaciones más amistosas. No apostaron al olvido, es cierto; nada mejor para ellos que encontrarlo con vida. Pero hicieron poco para preocupar al resto de la sociedad. Unos mensajitos de texto en los celulares y las fotos en los patrulleros (justo en los coches policiales) parecen poco, sobre todo si los policías torturadores que Arslanián detectó en la bonaerense aún revistan en la fuerza o sólo fueron pasados a retiro, como si con eso bastara para que abandonen sus hábitos. Hace poco, Nilda Eloy, compañera de López, denunció en nuestro programa que de los sesenta policías de la lista del ministro sólo la mitad fueron jubilados, ni siquiera echados, y los otros siguen de uniforme.

Unos minutos después pensé casi una maldad: ahora se ponen las pilas porque les toca más de cerca. Gerez fue militante de la JP, igual que López. Pero mientras éste abandonó la militancia hasta el juicio a Etchecolatz, aquél es integrante de uno de los grupos políticos que acompañan el proyecto kirchnerista, el Movimiento Evita, que tiene como principal referente a Emilio Pérsico, vicejefe de gabinete de Felipe Solá.
A mí me da lo mismo, ante estos hechos, si es militante o no; es más, por ahí hasta me queda más cerca Gerez, que sigue comprometido políticamente a pesar de lo que vivió cuando tenía dieciséis años. Pero parece que no a todos les da igual. Esa vieja manía de que, ante similares circunstancias, algunas vidas valgan más que otras, según la filiación política. López se merecía que Kirchner hubiera dado este discurso por él, si no el segundo día porque tenían dudas, un mes después, cuando ya nadie apostaba a que no fuera un secuestro.
Si fue una tontería achacarle al gobierno la responsabilidad por el secuestro de López, porque nadie podía imaginar que estas cosas sucedieran nuevamente, no se entiende por qué no previnieron este hecho cuando Gerez denunció que había sido amenazado de todas las maneras posibles tras su testimonio en la Cámara de diputados, fundamental para evitar que Luis Patti asumiera como diputado nacional. La misma Nilda Eloy nos contó que, aun con la custodia en el frente de su casa, unos días después de lo de López encontró su casa toda revuelta.
Me da pena citarlo, justamente a él y en estas circunstancias, pero Patti dijo que si a Gerez lo secuestraron no aprendimos nada. Tal vez tenga razón, aunque no sea creíble el personaje, con una salvedad: a un torturador uno no le pide que aprenda nada, pero a los demás le exige que se hagan cargo, aun cuando para eso tengan que pagar algún costo político.
Este miércoles, cuando ya hacía un par de horas que Gerez no estaba aunque no lo supiéramos, en la radio hablábamos con Ramiro Ortega Gómez, el hijo del diputado Rodolfo Ortega Peña, asesinado por la Triple A el 31/7/74. Le pregunté si, como nosotros, también sentía que la sociedad no había asumido la gravedad de la ausencia de López y ensayó una explicación que remite a la despolitización de la sociedad, sumergida más en lo individual que en lo colectivo tras años de haber sido llevada por ese camino.
Esas mismas razones que entregó Ortega Gómez nos obligan a intentar ir más allá de estas dos desapariciones.
No hay que ser demasiado despierto para darse cuenta que estos ataques están dirigidos, desde los cuerpos de López y Gerez, al resto de la sociedad. El presidente describió el panorama con precisión. Mientras conservaron espacios de poder, los asesinos y sus justificadores llevaron adelante revuelos militares para forzar a la joven democracia de entonces a cancelar los juicios: lo consiguieron. Muchos años después, atacan otra vez persiguiendo el mismo fin, pero con otros medios. Quieren evitar las condenas y para eso intentarán que la sociedad despolitizada, o sea la abrumadora mayoría de los argentinos, prefiera volverle la espalda a la historia reciente, para supuestamente seguir adelante. Es una buena estrategia, sobre todo por nuestros propios antecedentes que nos muestran haciéndonos los boludos más de una vez. Eso es lo que Kirchner no dijo. Que no será él quién defina si los juicios continúan o no; será la sociedad, que es la única que puede sostener una pulseada contra tales hijos de puta.
No va a alcanzar con haber visto Montecristo poniendo las manos sobre los ojos cerrados y diciendo “¡qué horror!”. Y no es tan sencillo lograr que los malos terminen presos o muertos, como pasó en el final del culebrón testimonial. En la vida real, esa que no tiene más guionistas que nosotros, estos problemas se solucionan poniendo el cuerpo. Y se acerca la hora en que deberemos decidir si, como conjunto, apostamos por ser mejores o hacemos lo que canta Blades en Desapariciones: “estaban dando la telenovela, por eso nadie miró pa’ fuera... avestruz”.
Si durante la dictadura muchos pensaron que el horror les pasaba lejos y era sólo castigo para los que “estaban metidos en algo”, ahora la cuestión es diferente. El mismo presidente habló de grupos parapoliciales o paramilitares. Y tus hijos están a merced de ellos, aunque no sean testigos de nada, porque muchos siguen calzando el uniforme.
Nuestro propio pasado nos enseña que ciertas heridas no se curan solas, que necesitan del único remedio posible, que se vende bajo receta y se llama justicia. Y lamentablemente no se consigue en cualquier farmacia.
La tentación de pensar que la única manera de superar el pasado es olvidándolo está ahí, delante de los ojos más ciegos. Tenemos una nueva oportunidad de ser mejores. De sobreponernos a las apretadas más tenebrosas y plantarnos. Habrá que salir a la calle y demostrarles que no hay que ser militantes comprometidos para despreciarlos. Tienen que saber que hasta el televidente más fanático de Tinelli y su pop star Calabró los repudia.
O reeditaremos, con otra forma, aquellas tres palabras malditas que esta sociedad acuñó sin vergüenza: algo habrán hecho.
Sí, pretender justicia.

Fernando Tebele

jueves, 21 de diciembre de 2006

La desmenemización del fútbol

Es difícil rastrear antecedentes de una mayoría tan abrumadora festejando el resultado de un campeonato de fútbol local. Mucho más complicada es la tarea si el campeón es un equipo de raíz popular en una ciudad importante, pero con pocos hinchas fuera de su localidad.
Será tarea esforzada buscar esas huellas, pero como no me especializo en ese área sólo cito la particularidad: la alianza tácita conformada entre hinchas de todos los clubes contra los de Boca Juniors, redundó en que la histórica victoria de Estudiantes de La Plata terminara siendo un espectáculo con mayorías alegres.

-¿Así que perdieron? –me dijo con cierto tono irónico mi compañera de radio.
Ella reconoce que es analfabeta futbolera y que carga con todos los prejuicios posibles respecto del fútbol. Conoce su parte más desagradable, esa que saca lo peor de sus protagonistas, pero intuye que hay una porción que se está perdiendo y es sabrosa.
También está enterada de mi matrimonio con Boca (con carné incluido) y del amor de amante que tengo con Atlanta. Por eso sintió la obligación de intentar bromearme el mismo miércoles, apenas finalizado el partido, antes de nuestro programa de radio.
-Al contrario, estoy contento. Quizás esté comenzando el proceso de desmenemización del fútbol –le respondí antes de alejarme hacia otra habitación con el paso del que ha sentenciado para la historia.
Sólo unos minutos después, desprovista de la dosis de ironía que había gastado en su intento anterior, se acercó para preguntarme: “¿me explicás lo del proceso de desmenemización?”. Entonces comienzo a contarle mi teoría.

Durante el principado del perverso de La Rioja (la involuntaria Transilvania criolla), el fútbol, por supuesto, no escapó de sus colmillos afilados. Como ya desarrollamos en otra columna, la sociedad futbolera llevó al extremo la práctica del neoliberalismo. Así, tomando como segmento de análisis desde 1990 hasta el clausura de este año, Boca y River, los más ricos, se llevaron el 75% de los campeonatos, mientras que el resto se repartió sin equidades entre seis equipos. Los demás vivieron en la pobreza absoluta, sin la más mínima chance de sacar a flote al menos la cabeza.
La rareza consiste en que esta vez el fútbol no acompaña al proceso político-social, como también desarrollamos en aquella nota. En ese contexto, se podría entender el triunfo del equipo de Simeone como parte del pequeño trozo de torta que les tocó a los más chicos durante el principado. Sin embargo, existen algún elementos que signifiquen, unidos tal vez por la necesidad de sentir esperanza, que la victoria pincha podría no ser un hecho aislado, sino una pieza importante de la tardía desmenemización futbolera. Hago lugar aquí para la enumeración de esos elementos:
1- Televisión Registrada ha difundido recientemente, en un par de ocasiones, un video en el que Boca da la vuelta olímpica en el estadio de River, ante el aplauso de los hinchas millonarios. Creo que es de 1969. Una imagen que los de nuestra generación jamás habíamos podido ver y mucho menos permitirnos pensar. El miércoles, los hinchas boquenses aplaudieron el paso de los jugadores pinchas a puro aplauso, con una hidalguía en la derrota que el club más menemista de todos no suele tener (el rótulo no es caprichoso: es el equipo que le roba los jugadores de inferiores a los más pobres y se jacta de tener un plan a futuro; el que si no sos socio no tenés derecho a sacar una entrada, pero tampoco dejan que te asocies; el club que institucionalizó la idea que si no poseés millones en tus cuentas no podés ser dirigente; el del presidente que es rico porque su papá se cansó de hacer fabulosos negocios con el Estado. Si todo eso no es menemismo puro...).
Vale entonces reconocer la importancia que cobra ahora que el programa del dúo asquenazí Wainraich/Schultz haya desempolvado aquellas imágenes en blanco y negro, pero llenas de colores que debemos recuperar.
2- Se sostiene que acabamos de presenciar el torneo más escandaloso de todos. No creo que sea así. En todo caso, lo que se modificó fue la tolerancia. Corrimos nuestro límite hacia niveles mucho más aceptables, aunque todavía indignos. No fue la primera vez que un plantel sufrió amenazas de su barra brava y luego las negó. Tampoco fue inaugural la entrega de puntos que le hizo Gimnasia a Boca. Ni el festejo probablemente incentivado de los jugadores de Lanús en la Bombonera, como si hubieran ganado el campeonato. Nada de eso ha sido algo a lo que no estuviéramos acostumbrados. Pero sí debemos cortar las cintas de un nuevo comportamiento: nos estamos permitiendo pensar que esto puede ser mejor. Sobre todo si los que hacemos algo para eso somos cada uno de nosotros, desde el lugar que podamos.
3- Lejos de lo que pudiera pensarse, esta final gloriosa del fútbol argentino no alcanza para limpiar la imagen del jerarca (ya es momento de remplazar la r por la g) de la AFA, Julio Grondona. La sociedad futbolera lo ha condenado de manera irreversible. Sólo falta que se anime a gritarlo en cada tribuna, en toda oportunidad, a modo de presión constante. Así como fue importante que desde el ’82 se oyera permanentemente en los estadios el “se va a acabar/se va a acabar/la dictadura militar”, para que el poder comprendiera que el miedo estaba en retirada, un remix del “Grondona/hijo de puta/la puta que te parió” continuo, contribuiría a tomar nota de ese cansancio que se evidencia pero pocas veces se expresa en conjunto.
Estos y otros elementos menores, me animan a pensar que el proceso de desmenemización del fútbol está en marcha, aunque camine a paso de tortuga fumada. Como con el país, aún es temprano para saber si lo que estamos construyendo es algo apenas mejor o muy diferente.

Ella escuchó con atención mi teoría. Ojalá se haya quedado pensando que el fútbol, además de ser la herramienta de distracción más grande a disposición del poder, también es el juego asociado más perfecto que el ser humano ha creado. Y que en él suelen jugarse otras cosas, además de patear la pelota.

Fernando Tebele

miércoles, 20 de diciembre de 2006

La gente

Para que el país haya volado por los aires en diciembre de 2001, suele decirse apropiadamente, confluyeron muchos motivos. Para desvirtuar y hasta ningunear ese proceso social se dijo que “la gente salió por la plata”. Más allá de que el uso del recurso la gente encierra una trampa (si muchas personas apoyan la misma causa que uno, diremos que la gente se cansó; si, en cambio, los que levantan la voz son otros, obviaremos el uso del término la gente), es cierto que muchos salieron porque sus depósitos fueron expropiados por los capitalistas (finalmente, los que expropian con mayor frecuencia), pero también es verdad que otros lo hicieron por desesperación, algunos por hambre y otros más porque estaban hartos de vivir en un país donde la ley rige siempre a favor de los mismos, y no, precisamente, de la gente. Se dirá que lo que antes era el duhaldismo bonaerense y hoy es el kirchnerismo bonaerense encendió la mecha; es verdad, tanto como que el reguero de pólvora ya estaba esparcido y se prendía hasta con agua.
A la distancia, demasiado corta aún por cierto, se aprecia que la población se puso al frente de sus dirigentes para marcarles el camino. De movida, Adolfo Rodríguez Saá pensó que los argentinos podían pretender ser un gran San Luis, pero se equivocó y se tuvo que ir a la semana. También se contó en esa oportunidad que el peronismo le corrió la silla y fue cierto, pero muchas personas ya estaban en la calle para echarlo. Nuevamente siendo vanguardia de sus dirigentes. Entonces apareció Eduardo Duhalde, quien con su muñeca (no lo digo por Chiche, sí por su capacidad de maniobra), elaboró una transición que tuvo su sentencia final el 26 de junio de 2002, cuando la policía asesinó a Maximiliano Kosteki y Darío Santillán. Una gran movilización, la noche posterior, volvió a marcar el camino que buena parte de la población quería seguir. Otra vez delante de sus dirigentes, diciéndoles hasta acá sí, más no.
Llegaron las elecciones del 25 de mayo de 2003 y Menem se tiró a la pileta. Ganó Kirchner, vaya novedad, pero vale apuntar que casi nadie lo votó por quién pudiera ser o hacer, sino en contra del exterminador de La Rioja. Hasta los movimientos de izquierda que hoy lo acompañan militaron, en aquel momento, por el voto en blanco, para denunciar la trampa de la interna peronista. Yo estuve ahí y me hago cargo.
El presidente, dueño de una inteligencia política para estudiar, tomó la iniciativa poco a poco. Arrasó en las parlamentarias de 2005, otra interna peronista, como queda demostrado en el hecho que, salvo muy pocas excepciones, los perdedores se sumaron al proyecto de los vencedores. Si eso no fue una interna que debió haberse dirimido en primarias y no en elecciones generales, no entiendo qué será una interna partidaria. El pingüino, reformulando su papel de villano ante Batman, tomó como políticas de estado algunos de aquellos gritos de 2001: la renovación de la Corte Suprema fue el ejemplo más claro en ese sentido. Cuando tuvo la iniciativa, ya en la construcción de su propio poder, intentó replicar la experiencia santacruceña. Jueces disciplinados y subordinados al poder político, posibilidad de reelección indefinida, poder absoluto, mantenimiento de las relaciones económicas, pero mucha acción social para los pobres. Y llegó Misiones. Historia más reciente y por ende recordada. Otra vez la población marcando el límite y el camino a la vez.
En algo K es igual al resto: es capaz de cualquier cosa para mantenerse en el poder; pero, al mismo tiempo, algo lo diferencia: cuando existe movilización popular por algún tema, el tipo toma nota, para mal o para bien. Así con el código Blumberg aprobado en tiempo récord; como con las órdenes antireelección que les da ahora a los mismos a los que incentivó para que intentaran perpetuarse en el poder. Esa es la gran diferencia entre Kirchner y el resto y es claramente a su favor. Pero siempre la población está delante, alumbrando con sus linternas el camino en la oscuridad.

El que se vayan todos del fútbol
Si hay algo que estoy aburrido de escribir, es que el fútbol ha sido, a través de la historia argentina, una caricatura de la sociedad. Todo lo que en ella sucede, se repite en el fútbol con los rasgos exagerados de toda caricatura.
Durante 2002, en pleno proceso asambleario, escribí una nota para el periódico de Autodeterminación y Libertad, el partido de Luis Zamora (sí, sí, yo también creí que su discurso, además de precioso, lo representaba). Allí hablaba acerca del reinado de Julio Grondona citando, una vez más, la denuncia que se tramitaba en el juzgado de Juan José Mahjoudbian. Más allá de que el juez fue destituido por el Consejo de la Magistratura por cohecho en otras causas, el expediente del Donjuliogate está ahí, con varias pruebas interesantes acerca de cómo un ferretero que, además, tiene como actividad paralela un cargo que no es rentado, posee una capacidad de ahorro interesante. Si no existieron más pruebas, es porque el mundo del fútbol está lleno de cagones que sólo quieren estar ahí. Que prefieren permanecer antes que intentar cambiar algo. Y no lo digo sólo por los dirigentes. Va también por los hinchas. Hace mucho tiempo que los hinchas y los futbolistas dejaron de ser lo más sano del fútbol, como se repetía casi de memoria. Hoy, los futbolistas de primera división son estrellitas sociales que ganan mucha guita y entonces no les conviene cambiar las reglas. Quieren estar ahí y el silencio es la mejor manera de pertenecer, que tiene sus privilegios; los hinchas, por su parte, miran desde afuera y apoyan todos los chanchullos, tanto de dirigentes como de barras bravas. Y pocas veces hacen algo para cambiar las cosas, aunque en los clubes del ascenso existen casos aislados de participación sana y productiva de la masa societaria; de los periodistas mejor ni hablar. Se sacan los ojos para ser explotados por TyC y formar parte del circo.
Vuelvo a la nota de referencia. En ella decía –y me disculpo por la poca elegancia de autocitarme- que “más allá de las cabezas de esta tragedia futbolera, los directivos de las instituciones futboleras (entidades civiles sin fines de lucro, al menos en sus estatutos) no se quedan por detrás. Temen enfrentarse al poderoso Grondona y prefieren ganarse pequeños lugares de acompañamiento y escasa decisión, con una sola respuesta posible: ‘sí, don Julio’. Ellos también tienen enormes responsabilidades en la decadencia de un juego que ya no se juega, se rige por las leyes del mercado; y este pueblo, futbolero o no, comienza a replantearse si quiere vivir para el mercado o pretende un sistema más justo.
Por estas razones, sumadas a una serie que nos podría ocupar toda la publicación, el fútbol argentino ensaya –aún en voz baja- otras palabras: ¡qué se vayan todos, que no quede ni uno solo!”
En fin, era tan en voz baja que nunca sucedió.
La pregunta del millón es por qué, esta vez, el fútbol no acompaña al proceso político. Por qué se quedó en la instancia del menemismo; es decir: continúa siendo una gran empresa donde el capital (una perversa idea de Carlos Ávila) decide todo, hasta el fixture de los campeonatos; donde siempre ganan los más poderosos (Boca y River); y la Afa rebalsa de dinero mientras la mayoría abrumadora de los clubes penan a diario.
Creo que la respuesta puede ser hiriente, pero es simple: nada ha cambiado porque la población futbolera no se pone al frente del reclamo, más bien tiene las linternas apagadas y guardadas en la guantera del auto.
Lejos de ponerse adelante en la lucha por un fútbol mejor, los hinchas dan crédito a los peores sucesos: arreglos y aprietes son aceptados como parte del asunto. Si querés salir campeón, tenés que tener “peso” en Afa. Entonces avalás que tu club tenga peso en la Afa y criticás a tus directivos si no es así. Me encantaría poder preguntarles, uno por uno, a todos los hinchas de Gimnasia, si querían que su equipo le ganara a Boca. Temo que la respuesta sería no. Entonces, los barras, serían, en ese caso, sólo un emergente violento y patético del sentimiento popular. Una cagada, pero es así. Si te ofrecieran a vos, que estás leyendo ahora, el ascenso de Atlanta a primera división, y te contaran que para eso hay que arreglar un par de árbitros, ¿aceptarías? Decí que no, por favor, pero creo que la mayoría, si votáramos en secreto, diría que sí.
Entonces digo que, si el fútbol no está acompañando esta vez al proceso político que corre en paralelo, es porque la gente no se pone delante de sus dirigentes, diciéndoles qué hacer para mejorar, gritándoles no con la cara desencajada, para que nos crean que es cierto, que no es una postura discursiva. Y no me jodas con que tenés miedo, porque el 19 de diciembre, saliste a la calle cuando el poder te lo prohibió con el Estado de sitio y seguramente tuviste miedo de que te reprimieran, pero saliste igual y te pusiste delante de tus dirigentes.
Ellos, los malos que conducen o protagonizan, no van a cambiar el fútbol. No les conviene y están tan cómodos en sus lugares, que para qué. El fútbol lo va a cambiar la gente. Vos. Con aquél y el otro.
O no lo cambiará nadie.