miércoles, 20 de diciembre de 2006

La gente

Para que el país haya volado por los aires en diciembre de 2001, suele decirse apropiadamente, confluyeron muchos motivos. Para desvirtuar y hasta ningunear ese proceso social se dijo que “la gente salió por la plata”. Más allá de que el uso del recurso la gente encierra una trampa (si muchas personas apoyan la misma causa que uno, diremos que la gente se cansó; si, en cambio, los que levantan la voz son otros, obviaremos el uso del término la gente), es cierto que muchos salieron porque sus depósitos fueron expropiados por los capitalistas (finalmente, los que expropian con mayor frecuencia), pero también es verdad que otros lo hicieron por desesperación, algunos por hambre y otros más porque estaban hartos de vivir en un país donde la ley rige siempre a favor de los mismos, y no, precisamente, de la gente. Se dirá que lo que antes era el duhaldismo bonaerense y hoy es el kirchnerismo bonaerense encendió la mecha; es verdad, tanto como que el reguero de pólvora ya estaba esparcido y se prendía hasta con agua.
A la distancia, demasiado corta aún por cierto, se aprecia que la población se puso al frente de sus dirigentes para marcarles el camino. De movida, Adolfo Rodríguez Saá pensó que los argentinos podían pretender ser un gran San Luis, pero se equivocó y se tuvo que ir a la semana. También se contó en esa oportunidad que el peronismo le corrió la silla y fue cierto, pero muchas personas ya estaban en la calle para echarlo. Nuevamente siendo vanguardia de sus dirigentes. Entonces apareció Eduardo Duhalde, quien con su muñeca (no lo digo por Chiche, sí por su capacidad de maniobra), elaboró una transición que tuvo su sentencia final el 26 de junio de 2002, cuando la policía asesinó a Maximiliano Kosteki y Darío Santillán. Una gran movilización, la noche posterior, volvió a marcar el camino que buena parte de la población quería seguir. Otra vez delante de sus dirigentes, diciéndoles hasta acá sí, más no.
Llegaron las elecciones del 25 de mayo de 2003 y Menem se tiró a la pileta. Ganó Kirchner, vaya novedad, pero vale apuntar que casi nadie lo votó por quién pudiera ser o hacer, sino en contra del exterminador de La Rioja. Hasta los movimientos de izquierda que hoy lo acompañan militaron, en aquel momento, por el voto en blanco, para denunciar la trampa de la interna peronista. Yo estuve ahí y me hago cargo.
El presidente, dueño de una inteligencia política para estudiar, tomó la iniciativa poco a poco. Arrasó en las parlamentarias de 2005, otra interna peronista, como queda demostrado en el hecho que, salvo muy pocas excepciones, los perdedores se sumaron al proyecto de los vencedores. Si eso no fue una interna que debió haberse dirimido en primarias y no en elecciones generales, no entiendo qué será una interna partidaria. El pingüino, reformulando su papel de villano ante Batman, tomó como políticas de estado algunos de aquellos gritos de 2001: la renovación de la Corte Suprema fue el ejemplo más claro en ese sentido. Cuando tuvo la iniciativa, ya en la construcción de su propio poder, intentó replicar la experiencia santacruceña. Jueces disciplinados y subordinados al poder político, posibilidad de reelección indefinida, poder absoluto, mantenimiento de las relaciones económicas, pero mucha acción social para los pobres. Y llegó Misiones. Historia más reciente y por ende recordada. Otra vez la población marcando el límite y el camino a la vez.
En algo K es igual al resto: es capaz de cualquier cosa para mantenerse en el poder; pero, al mismo tiempo, algo lo diferencia: cuando existe movilización popular por algún tema, el tipo toma nota, para mal o para bien. Así con el código Blumberg aprobado en tiempo récord; como con las órdenes antireelección que les da ahora a los mismos a los que incentivó para que intentaran perpetuarse en el poder. Esa es la gran diferencia entre Kirchner y el resto y es claramente a su favor. Pero siempre la población está delante, alumbrando con sus linternas el camino en la oscuridad.

El que se vayan todos del fútbol
Si hay algo que estoy aburrido de escribir, es que el fútbol ha sido, a través de la historia argentina, una caricatura de la sociedad. Todo lo que en ella sucede, se repite en el fútbol con los rasgos exagerados de toda caricatura.
Durante 2002, en pleno proceso asambleario, escribí una nota para el periódico de Autodeterminación y Libertad, el partido de Luis Zamora (sí, sí, yo también creí que su discurso, además de precioso, lo representaba). Allí hablaba acerca del reinado de Julio Grondona citando, una vez más, la denuncia que se tramitaba en el juzgado de Juan José Mahjoudbian. Más allá de que el juez fue destituido por el Consejo de la Magistratura por cohecho en otras causas, el expediente del Donjuliogate está ahí, con varias pruebas interesantes acerca de cómo un ferretero que, además, tiene como actividad paralela un cargo que no es rentado, posee una capacidad de ahorro interesante. Si no existieron más pruebas, es porque el mundo del fútbol está lleno de cagones que sólo quieren estar ahí. Que prefieren permanecer antes que intentar cambiar algo. Y no lo digo sólo por los dirigentes. Va también por los hinchas. Hace mucho tiempo que los hinchas y los futbolistas dejaron de ser lo más sano del fútbol, como se repetía casi de memoria. Hoy, los futbolistas de primera división son estrellitas sociales que ganan mucha guita y entonces no les conviene cambiar las reglas. Quieren estar ahí y el silencio es la mejor manera de pertenecer, que tiene sus privilegios; los hinchas, por su parte, miran desde afuera y apoyan todos los chanchullos, tanto de dirigentes como de barras bravas. Y pocas veces hacen algo para cambiar las cosas, aunque en los clubes del ascenso existen casos aislados de participación sana y productiva de la masa societaria; de los periodistas mejor ni hablar. Se sacan los ojos para ser explotados por TyC y formar parte del circo.
Vuelvo a la nota de referencia. En ella decía –y me disculpo por la poca elegancia de autocitarme- que “más allá de las cabezas de esta tragedia futbolera, los directivos de las instituciones futboleras (entidades civiles sin fines de lucro, al menos en sus estatutos) no se quedan por detrás. Temen enfrentarse al poderoso Grondona y prefieren ganarse pequeños lugares de acompañamiento y escasa decisión, con una sola respuesta posible: ‘sí, don Julio’. Ellos también tienen enormes responsabilidades en la decadencia de un juego que ya no se juega, se rige por las leyes del mercado; y este pueblo, futbolero o no, comienza a replantearse si quiere vivir para el mercado o pretende un sistema más justo.
Por estas razones, sumadas a una serie que nos podría ocupar toda la publicación, el fútbol argentino ensaya –aún en voz baja- otras palabras: ¡qué se vayan todos, que no quede ni uno solo!”
En fin, era tan en voz baja que nunca sucedió.
La pregunta del millón es por qué, esta vez, el fútbol no acompaña al proceso político. Por qué se quedó en la instancia del menemismo; es decir: continúa siendo una gran empresa donde el capital (una perversa idea de Carlos Ávila) decide todo, hasta el fixture de los campeonatos; donde siempre ganan los más poderosos (Boca y River); y la Afa rebalsa de dinero mientras la mayoría abrumadora de los clubes penan a diario.
Creo que la respuesta puede ser hiriente, pero es simple: nada ha cambiado porque la población futbolera no se pone al frente del reclamo, más bien tiene las linternas apagadas y guardadas en la guantera del auto.
Lejos de ponerse adelante en la lucha por un fútbol mejor, los hinchas dan crédito a los peores sucesos: arreglos y aprietes son aceptados como parte del asunto. Si querés salir campeón, tenés que tener “peso” en Afa. Entonces avalás que tu club tenga peso en la Afa y criticás a tus directivos si no es así. Me encantaría poder preguntarles, uno por uno, a todos los hinchas de Gimnasia, si querían que su equipo le ganara a Boca. Temo que la respuesta sería no. Entonces, los barras, serían, en ese caso, sólo un emergente violento y patético del sentimiento popular. Una cagada, pero es así. Si te ofrecieran a vos, que estás leyendo ahora, el ascenso de Atlanta a primera división, y te contaran que para eso hay que arreglar un par de árbitros, ¿aceptarías? Decí que no, por favor, pero creo que la mayoría, si votáramos en secreto, diría que sí.
Entonces digo que, si el fútbol no está acompañando esta vez al proceso político que corre en paralelo, es porque la gente no se pone delante de sus dirigentes, diciéndoles qué hacer para mejorar, gritándoles no con la cara desencajada, para que nos crean que es cierto, que no es una postura discursiva. Y no me jodas con que tenés miedo, porque el 19 de diciembre, saliste a la calle cuando el poder te lo prohibió con el Estado de sitio y seguramente tuviste miedo de que te reprimieran, pero saliste igual y te pusiste delante de tus dirigentes.
Ellos, los malos que conducen o protagonizan, no van a cambiar el fútbol. No les conviene y están tan cómodos en sus lugares, que para qué. El fútbol lo va a cambiar la gente. Vos. Con aquél y el otro.
O no lo cambiará nadie.

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