domingo, 4 de enero de 2009

La mudanza de La lechería


Libres de ellos, presos de nuestros prejuicios
por Fernando Tebele

Escribo en mi departamento, un octavo piso de La Paternal. Vivo aquí desde septiembre de 2000, hace 8 años. Muchos menos que Raúl Rulo Calatayún, que vivió en el barrio desde 1979 hasta hace unos días. Casi 30 años en La lechería pasó Rulo, que trabaja, que siempre trabajó. Sin embargo, yo tengo más derechos que él. Tengo derecho a que nadie me mire mal, porque tengo carné de clase media. Podría ser asesino serial o ladrón, pero mi pilcha lo disimularía. Tengo derecho a quedarme aquí. Nadie en el barrio quiere que me vaya.
¿Por qué valen más mis pocos años aquí que los 30 de Rulo? ¿Quién decidió que soy mejor que él? ¿Por qué La Paternal puede ser mi barrio y no el suyo?, si la diferencia básica entre nosotros es que mi familia pudo prestarme la guita para que comprara éste dos ambientes y él no tiene ni una garantía inmobiliaria. Eso es todo. Si yo hubiese estado en situación de calle, sin vivienda, quizá hubiera tenido que pagar un alquiler en La lechería. Sin elegirlo, hubiera caído ahí o en otro asentamiento. Aunque el lugar común de un sector de la clase media asegure lo contrario, ¿quién puede elegir vivir sin cloacas, sin agua corriente, con olor a mierda, sin intimidad y escuchando los gritos de las otras familias, entre otros beneficios de vivir en un asentamiento?
La lechería ya no existe.
Este enunciado podría ser una buena noticia pero aún no lo es.
Como estaba acordado con los habitantes del lugar, La lechería fue cerrada y comenzó a ser demolida el viernes 19 de diciembre. Pero hubo un pequeño inconveniente en la mudanza. Cerca de 80 familias que fueron despreciadas y estigmatizadas por la mayoría de sus vecinos durante años, corrieron la misma suerte en la que debería ser su nueva casa: los vecinos de Mataderos también sacaron a relucir lo peor de sí. Insultaron y agredieron a los ex Paternal, que están construyendo con sus propias manos las nuevas viviendas en una vieja fábrica abandonada de la calle Basualdo que la Cooperativa Los Bajitos compró hace un par de años.
Hasta el momento que escribo, el panorama es confuso:
La lechería está siendo demolida. Pasar por allí remite a las imágenes de la AMIA tras la explosión. El operativo policial de estilo superclásico que vimos estos días continúa. Todo vale la pena, pues La paternal ya no sufrirá más robos ni violaciones y seremos un barrio libre de pobres al que todos querrán venir a vivir. Tendremos un gran supermercado donde nuestros hijos podrán ser explotados como cajeros y repositores o unas torres repaquetas. Da casi igual.
Pero vamos a tener otro problema: ¿a quién le echaremos la culpa ahora cada vez que suframos un robo? Habrá que esforzarse para conseguir nuevos chivos expiatorios y seguramente lo lograremos. Deben quedar pobres por ahí, en algún rincón del barrio.
50 de las 80 familias que conforman la Cooperativa Los Bajitos están pasando sus días en viviendas transitorias del IVC (Instituto de Vivienda de la Ciudad). Las otras 30 viven la transitoriedad de otras maneras (en casas de familiares o alquilando). Lograron con su lucha salir del ghetto en que vivían, pero la nueva historia nació mal: si logran ir a Mataderos (suponemos que lo harán) tendrán que pelear otra vez contra el prejuicio. Mientras tanto, intentan que nadie los vea, porque mejor que ser mal visto es volverse invisible.
Va una que escuché en estos días: "y encima les pagamos para que se vayan. Yo pago mis impuestos y el Estado nunca me ayudó".
En la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, la ley 341 promulgada en el año 2000 dice que el ejecutivo porteño "instrumentará políticas de acceso a vivienda para uso exclusivo y permanente de hogares de escasos recursos en situación crítica habitacional, asumidos como destinatarios individuales o incorporadas en procesos de organización colectiva verificables, a través de cooperativas, mutuales o asociaciones civiles sin fines de lucro, mediante subsidios o créditos con garantía hipotecaria". El gobierno porteño les dio doce mil pesos por familia y, con ese dinero, están levantando sus casas transitorias. Las definitivas las construirán con un crédito hipotecario. Nosotros nunca recibimos esa ayuda, es cierto, pero tampoco construiríamos nuestras casas, sino que les pagaríamos a alguno de ellos para que la hiciera sin preguntarle dónde vive, porque en ese caso no importaría.
Pensemos juntos: ¿qué habría que hacer con los pobres? ¿Los matamos, los barremos a otro lugar menos presumido o pensamos juntos cómo evitar que esos pibes crezcan con el resentimiento que les podría generar que en ningún lado los quieran? ¿Además de pobres son culpables?
Muchos de los que estudiaron y se prepararon para ser educados e inteligentes, se han convertido en soberbios, ciegos e irracionales. Si alguno de esos pibes que nadie quiere en su barrio acumula resentimiento y se convierte en uno de los chorros que tanto repudiamos, al menos sintamos algo de culpa, porque lo que hicimos con él cuando lo tuvimos cerca fue señalarlo y apartarlo.
Distinguidos vecinos y vecinas de La Paternal: nuestro barrio será de ahora en más un espacio de armonía, tranquilidad y paz. Cualquier hecho delictivo o de mal gusto que ocurra dentro de sus límites será culpa de...
Paciencia vecinos. Ya encontraremos ante quiénes sentirnos mejores.



La mirada que el poder propone
por María Eugenia Otero

En La Retaguardia varias veces nos ocupamos de La Lechería.
La nota que más me pegó fue la del día que mataron a un vecino que pidió una pizza en su casa de La Paternal y casi todo el barrio acusó a los habitantes de La Lechería.
La prueba para hacer semejante acusación parecía ser únicamente que los tres asaltantes habían corrido en dirección a La Lechería. Nadie los vio entrar. Nadie los reconoció. Sólo escaparon hacia ese lado. Nadie los siguió las cuatro cuadras que separan la casa de la víctima del asentamiento, pero fueron ellos.
El gobierno de la ciudad desalojó la lechería el pasado 19 de diciembre y la mayoría de los que habitaban allí se han instalado –subsidios mediante- en otros lugares.
Pero la cooperativa de vivienda Los Bajitos, que había comprado un terreno en Mataderos y estaban intentando construir un hogar mejor para todos, volvió a enfrentarse al estigma que pesa sobre ellos. En Mataderos no los quieren. Y paradójicamente, los vecinos -que suelen defender el derecho a la propiedad privada- les impidieron la entrada a un predio que les pertenece.
Se calcula que en la Ciudad de Buenos Aires hay más de 50 asentamientos precarios y una enorme cantidad de casas tomadas, inquilinatos y conventillos. En suma, más de 500.000 personas sin acceso a una vivienda digna. Muchos se encuentran bajo la línea de pobreza y de indigencia.
Como este orden social no va a resolver la situación de tantos, se crean y se recrean ideas como que los pobres son los culpables de la inseguridad y la violencia. Ideas que “nos adaptan” a los intereses del poder y aseguran que nada cambie.
Leí con espanto el blog de “los pibes de Mataderos”, que, con el verdinegro de Chicago de fondo, se enorgullecen de estar haciendo el aguante para que no entren “los putos de la paternal”.
El poder necesita, para no andar a los palos todo el tiempo, que nosotros adaptemos nuestra manera de ver el mundo a sus intereses. Que son los intereses de un sector, claro. Entonces se propone -especialmente desde los medios masivos de comunicación- una determinada interpretación de la realidad, que en general omite algunos datos y resalta otros. Incluso aparecen mitos que cuestan poner en tela de juicio porque han sido repetidos por generaciones, y porque le hablan claramente a nuestras pasiones y nuestros temores, como el blog de los pibes de Mataderos, y no a nuestro lugar de racionalidad.
Dice el blog, recurriendo a información errónea, que quieren meter a 300 familias de La Lechería, de las cuales 150 tienen antecedentes por “delincuencia, tranzas y violines” (sic). Y más allá de las dudas sobre qué intereses podrían estar detrás de la protesta de los vecinos, es cierto que en las calles se escucha eso.
En La Paternal o en Mataderos, la interpretación de la realidad que el poder propone es la que se impone.

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